Mi
padre ve todos los partidos de fútbol que puede, se pasa horas
enteras frente al televisor, y mi madre o yo mismo no sabemos de qué
equipo es realmente seguidor. Bueno, me refiero a hincha, porque
seguir, sigue todos. El caso es que mi madre ha resuelto un problema
de conciencia gracias al fútbol. Y me explico. Su confesor le pidió
que si quería el perdón de Dios por un pecado que arrastraba desde
hacía muchos años, exactamente 35, que tenía que confesarle a su
marido que yo no soy hijo suyo. Cosas de la vida, mira por dónde,
que me acabo de enterar que mi viejo no es mi viejo. Pues mi madre,
muy cuca ella, aprovechó que no sé qué selección de este
campeonato mundial de 2018 decidía su clasificación en una tanda de
penalties. Decidió, digo, informar a su esposo de que yo y él no
teníamos nada genético en común. Se lo dijo alto y claro, porque
lo oí yo antes del último penalty. Y tengo que confesar que mi
padre ni se inmutó, lo aceptó sin más. ¡Qué nivel de hombre! Por
eso le sigo llamando mi viejo.
_____ o _____
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