Un
día el rey pidió que le trajeran una persona sabia. Mis consejeros
me engañan, se quejó, me dicen lo que les conviene. Partieron los
emisarios y después de rastrear todo el reino encontraron en una
aldea una anciana que, decían, poseía una gran sabiduría. Y la
llevaron ante el rey que le preguntó sin más. ¿Eres una mujer
sabia? ¡Qué va! Sólo soy una vieja sin ambición, sólo quiero los
bienes de este mundo para los demás. El rey se quedó callado. Al
poco miró con ojos iracundos a sus consejeros y señalándo la
puerta con el dedo índice les gritó. ¡Fuera de aquí!
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