En
mi barrio acabamos de celebrar el I Campeonato del Mundo de Ternura.
El jurado debía medir las lágrimas que los aspirantes al título
eran capaces de provocar entre el público. Pasó un centenar de
candidatos al título con sus mascotas, decenas de ellos con sus
niños, sus viejos, sus amigos necesitados. Nadie ganó, porque
fueron descalificados por poco sinceros. Hubo que buscar a la pareja
formada por doña Isabel con su cachaba y Elías, medio ciego, cosido
al brazo de su esposa para que no se cayera al caminar por el pueblo.
Se les dijo que habían sido elegidos por quererse tanto y tanto
tiempo. En el escenario se apretaron aún más las manos y de los
ojos opacos del señor Elías cayó una lágrima que enjuagó la
señora Isabel con su ya vieja frase de "no llores, tonto".
Los altavoces no guardaron ningún sercreto. Y fueron muchas las
lágrimas que surcaron las mejillas de los presentes.
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