27 dic 2017

Misericordia


Caminaba con torpeza hacia el cadalso empujado por un verdugo que no soportaba sus lloros y gritos pidiendo clemencia. El esbirro le dio un empujón que el público jaleó con ganas. En llegando al patíbulo, el sayón lo situó en posición con un manotazo violento y colocó la soga en el cuello del reo que tuvo que hacer lo imposible para mantener el equilibrio y no ahogarse antes de tiempo. El morbo crecía por momentos entre los asistentes que no dejaban de insultar al inminente difunto. El restañar del látigo marcaba el compás de los aplausos y aullidos de la plebe. Cuando el verdugo estaba a punto de accionar la trampilla para que el reo quedara colgado en el vacío, apareció en la plataforma el perro del ajusticiado que se abalanazó sobre los pies de su amo y gimió como sólo puede sentirlo un perro fiel. El sayón lo lanzó al aire de una violenta patada y aún tuvo tiempo de rasgar su piel de un certero latigazo. El público, hasta aquel momento tan insensible con la víctima, se rebeló afeando la actuación del verdugo y comenzó a lanzarle toda clase de objetos. El verdugo tuvo que buscar refugio bajo el tablado donde a duras penas pudo salvar su vida. Mientras tanto, el reo se escabullía por una calle lateral de la plaza llevando en brazos a su maltrecho can.
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