6 dic 2017

Enamorado de El Bosco

Cada vez que traspasaba la puerta del museo más importante de mi ciudad me quedaba detenido y preso en la misma puerta de entrada. Al menos durante una década me fue prácticamente imposible traspasar el umbral. ¿Era una medida preventiva contra desaprensivos, ladrones, gamberros, gentes de mala catadura? No, era por amistad. Resulta que uno de los empleados del museo, Recaredo de nombre por más señas, era muy amigo de mi abuelo, José Badaya, y que, como hacía tiempo que no se veían, quería suplir conmigo las conversaciones que se debían entre ambos. No fueron dos, ni cinco, las veces que esto ocurrió, que fueron más. Yo recuerdo que apenas me daba para recorrer una galería, porque ya el tiempo se me echaba encima y tenía que salir corriendo. Así que pienso que este hombre, el bueno de Recaredo, me robó a mí muchas conversaciones con el Bosco, el mejor amigo que yo tenía en el museo, pues siempre me invitaba a participar en su “Festín burlesco”. Bueno, eso pensaba yo, que la historia no acaba aquí, que hay más. La pintura flamenca que figuraba en el museo, que a mí tanto me cautivaba y que era atribuida a El Bosco, ha resultado un fiasco. En una reciente restauración se ha comprobado que era de un discípulo de El Bosco, Jan Mandijn, que para mí desde hoy es un fenómeno. Pero, que uno no gana para disgustos, que desde hace poco, el Instituto Neerlandés para la Historia del Arte, asegura que Festín burlesco, óleo sobre tabla, 98,5 x 147 cm, se debe atribuir a un tal Verbeeck. Un tal, dicen, porque en Malinas localizan quince pintores con ese apellido. Con lo que, a modo de epílogo, solo queda decir que no sé realmente de quién me enamoré, bueno si, de El Bosco y de su escuela, que en esto del arte soy un tanto promiscuo. Y mando un saludo al bueno de Recaredo o descendientes. ¿No se apellidarán Verbeeck, verdad?
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