Un
mosquito se posó en la calva del tío Machuca y éste inmediatamente
se defendió con un manotazo y un ¡cagüen Diógenes! que hizo huir
despavorido al insecto.
-Pues
a mí, le comentó el abuelo Simón, de haber vivido en la Antigua
Grecia, lo que menos me hubiera gustado era cruzarme con Diógenes,
el filósofo de las malas pulgas. Estoy seguro que hubiera salido
escaldado con alguna de sus puyas.
-¡Uf! Ese sí que hablaba con toda la libertad del mundo.
-Si no que se lo pregunten al mismísimo Alejandro Magno que se llevó un rapapolvo por dar sombra a aquel hombre que vivía en un tonel cuando fue a ofrecerle sus favores.
-O al rico comerciante que le reprochó que escupiera en el suelo y se encontró con un, perdón, escupitajo en la cara bajo el argumento de que razón tenía, que su cara era el sitio más sucio que se podía encontrar.
-Por cierto, Alejandro le preguntó a ver si no le temía y el filósofo le hizo una pregunta más. ¿Te consideras un buen o mal hombre? Como el rey optó por la primera propuesta, escuchó un “por eso no tengo temor alguno”.
-Leí también que iba a los baños públicos y saludaba a un citarista del que los atenienses se burlaban por tocar y cantar fatal. Diógenes le llamaba cariñosamente el gallo y lo trataba con afecto. Cuándo el artista le preguntó el porqué del apodo, no pudo dejar de ser sincero. Le explicó que “eres como un gallo, cuando cantas levantas a todos" .
-No se callaba con nadie, era burlón y sarcástico, un auténtico filósofo cínico.
-¡Qué lejos estamos de él! Sus únicas pertenencias eran un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco, bueno, hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él.
-Despreció siempre las comodidades...
Se hizo el silencio entre los dos amigos, sin duda recordando otros muchos detalles de la biografía del sabio griego que habían leído en una tertulia literaria en la que solían participar. Finalmente rompió el silencio el abuelo Simón.
-Cada vez que oigo mencionar eso del síndrome de Diógenes se me revuelven las tripas. ¡Mira que asignar el nombre de este gran filósofo a un trastorno de conducta...!
-El síndrome tendría que ver con el cinismo, no con un acumulador de basuras.
-Eso.
-Pues claro.
-¿Crees que si continuara en este en este mundo con un farol en la mano buscando a un hombre, como él decía, lo encontraría?
-¡Qué va!
-Ni aunque llegara al árbol este de las confidencias...
-Ni aquí.
_____ o _____
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