El era
un jubilado parlanchín que tomaba el aperitivo en una cafetería de
la playa. Parece que era parroquiano asiduo, porque inició
conversación con toda naturalidad con la camarera. Biri, tú duermes
poco, le dijo. Ella no le atendió, enfrascada como estaba, en otras
comandas. Al poco regresó y ambos se enfrascaron en una
conversación. Es que ayer te vi desde la ventana de mi casa a las
2:00 y te vi trabajando y hoy, a las 9:00, ya estabas enredando entre
las mesas. Es que no dormimos ni tú ni yo, le comentó ella. Será
porque tenemos muchas ganas de vivir, explicaba el jubilado. Y así
un rato platicaron. Yo, desde una mesa contigua, seguía la
conversación con una sonrisa de oreja a oreja. La supuesta camarera
era la dueña del local. Él, un cliente ojeroso que iba siempre acompañado
de una esposa que mostraba todos los síntomas de un Alzheimer
avanzado. Todo ternura.
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