Arístides
Valdés era un conductor agresivo que pedía paso en la carretera
valiéndose de mil tretas y bastantes infracciones. Ponía su
camioneta a la velocidad máxima y se colocaba a rebufo de los
vehículos que le precedían hasta conseguir un resquicio por el que
efectuar el adelantamiento, algo que siempre iba acompañado de
toques de claxon de los demás conductores, disconformes con aquella
mosca cojonera que tanto les incomodaba. Cuántos amigos tengo, solía
decir a los raros acompañantes ocasionales que se atrevían a viajar
con aquel homicida en potencia. Pero un día tuvo que rendirse, hay
que reconocerlo, por la causa más inesperada que pudo imaginar. Se
ubicó tras un camión que transportaba reses, a tan escasos
centímetros de la caja, que incomodó a algunos pasajeros y sufrió
las consecuencia de manera fulminante. Media docena de tremendos
escupitajos acabaron en la luna delantera de su camioneta,
impidiéndole la visión de la vía. Y tuvo que detenerse a
limpiarla. Reanudado el viaje, Arístides Valdés tuvo mucho cuidado
de no acercarse al camión enemigo y lo adelantó con mucha
precaución y en zona segura. En las cartolas leyó: Sansón
Reses, tratante de llamas y alpacas. Por si fuera poco, tuvo que
soportar la risa burlona del conductor cuando se puso a la altura de
la cabina del camión.
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