Las
escaleras de subida a la ermita de San Telmo tienen 365 escalones de
piedra labrada, tantos como días tiene el año. Cada uno de los
peldaños lleva tallado en la huella el nombre de un personaje
bíblico, tanto los edificantes como los más reprobados por los
creyentes. Los devotos que acuden a venerar a San Telmo tienen por
costumbre orar mientras ascienden, si es que pisan un escalón en el
que figuran, por ejemplo, Moisés, el rey David, algún profeta,
cualquiera de los 12 apóstoles, el buen samaritano, María
Magdalena, la casta Susana, etc. Pero cuando sus pies hollan un
peldaño en el que aparece escrito, por decir, el nombre de Lucifer,
Judas, los filisteos, Pilatos o el rico que no pasaba por el ojo de
una aguja, profieren palabrotas, juramentos y hasta alguna blasfemia,
deseando a todos lo peor. Dicen los que allí acuden que sus almas se
llenan de sosiego con estos ritos y que sienten que su fe sale
reforzada. La jerarquía eclesial, sin embargo, ha intentado
erradicar estas prácticas, que tildan de poco edificantes, con
muchas recomendaciones piadosas y poca convicción. No hay que
olvidar que la mayor parte de los ingresos provienen del libro
editado en el S. XVIII por el monje Justo del Verbo bajo el título
de “Catálogo de jaculatorias y maledicencias para peregrinos de
San Telmo”. ¡Qué no hacer por un buen desahogo espiritual!
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