16 jun 2017

Sumiller o sommelier

Por beber una copa de vino perdí mi empleo. No piensen que que fue por ingerir alcohol en horas de trabajo, acaso por quebrantar una norma, ni siquiera por dejar mermadas mis facultades mentales o físicas. No. Simplemente fue porque yo, un becario animoso e ingenuo, hice montar en cólera al jefe. Y me explico. Todo empezó con la cata de vinos que organizamos en el restaurante con los mejores expertos de la zona. Se estudiaron a fondo una docena de vinos y uno de ellos resultó ganador al lograr la mayor puntuación y la unanimidad en los elogios. Era, eso lo supe después, un Conde de Luna. Me pasaron una copa y yo me la trasegué de golpe, sin respirar. El jefe se enervó y me llamó animal. ¿Tú sumiller? ¡Y una mierda! Tú has nacido para beber agua. Y me echó. Luego me explicaron que aquel vino era digno de mejor final, que precisamente acababa de pasar una examen donde analizaron sus cualidades visuales (nitidez, intensidad, color, lágrimas y burbujas), su toque olfativo (según los aromas que despedía en reposo y después de agitarlo para precisar su “bouquet”), y sus cualidades gustativas (tras empapar la lengua para saber su equilibrio entre dulce, ácido y amargo, medir su astringencia o textura, medir, en última instancia, las sensaciones en la boca, si eran de corta o larga duración). En fin, que me di cuenta que había toda una cátedra detrás de una copa de vino. Y yo, tonto de mí, llegué a la cata pensando únicamente en si se escribía sumiller o sommelier.
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