Había
mucha expectación en el juicio que enfrentaba al secretario del
ayuntamiento y al borracho más famoso del pueblo. La sala estaba a
rebosar. Y el juez fue puntual. A ver, que se adelante el testigo,
pidió. Un hombre cincuentón se incorporó y avanzó hacia el
estrado deteniéndose ante el gesto de un ordenanza. Y se inició un
breve interrogatorio. Diga su nombre. Moisés del Cesto. ¿Dónde
estaba el día de los hechos? En el campo, escardando patatas.
Presenció usted cómo el burro de Manolo Faroles, alias Fistulines,
se comió toda la plantación de alubias de la huerta del secretario
de este ayuntamiento? Todas, todas, no sé, pero... Risas contenidas
en la sala. ¿Lo presenció, sí o no? Sí, sí, asintió meneando la
cabeza de arriba hacia abajo. Brotaron más murmullos entre los
asistentes que incomodaron a la autoridad, a la vista del martillazo
que soltó en la mesa. ¿Y por qué no lo espantó usted mismo? Lo vi
cuando ya era tarde, y porque rebuznó, que si no... Las risas del
público dejaron a las claras que pocos simpatizaban con el
secretario. Silencio o desalojo la sala, amenazó el juez para
acallar el jolgorio. El togado paseó la mirada por la sala y, mirando a
los presentes, preguntó solemne. ¿La defensa tiene algo que objetar
sobre este testigo? Y una voz poco disciplinada se dejó oír en la
sala, era Manolo Faroles, alias Fistulines, que quería dar un
empujón al caso a su manera. ¡Moisés del Cesto es un modelo! Cállese, que no
es su turno, gritó el juez que a duras penas consiguió atajar las
risas y los aplausos. El secretario ya se dio por vencido, en mala
hora se le había ocurrido plantearlo, pensó. El juez cerró la sesión y
emplazó a las partes a escuchar la sentencia en el plazo de una
hora. Al final, la compensación económica que dictó no satisfizo
ni a unos ni a otros. Fistulines aumentó su popularidad, la del
secretario disminuyó y el que quedó marcado para toda la vida fue
Moisés del Cesto que, desde aquel día recibió el apodo que aún
sus descendientes llevamos: "El modelo".
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