En
cuanto el semáforo se colocó en verde, metió la primera marcha,
seguido la segunda, la tercera... y giró a la izquierda para
adelantar un carro tirado por un burro que avanzaba por el arcén.
Sintió dentro de sí un acceso no de tos, sino de modernidad, ya que
él manejaba un vehículo híbrido de última generación, con todas
las bendiciones de la industria automovilística y con todos los
requisitos de la sostenibilidad. Miró de reojo al “arriero” y no
pudo por menos de sentirse íntimamente superior. Respiró hondo para
que le llegara a todos los poros la dichosa sensación. Y hasta cerró
los ojos para disfrutarla en profundidad. Y tan profunda fue la
meditación que se fue a una zanja lateral. Levantó
mucho polvo y estropeó el césped, abollando una de las aletas de su
sofisticado vehículo. Juró en arameo, dicen que son los exabruptos
que primero salen del alma, y se apeó. Allí estaba el hombre del
carro dispuesto a ayudarle y a su lado el asno que, indiferente,
empezaba a mordisquear las hierbas que encontraba a su lado.
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