17 feb 2017

Más chulo que un ocho

Pasó el filtro de la entrevista de trabajo y fue elegido finalmente. Le llamó el jefe de personal y le comentó que estaría dos meses a prueba y que luego el contrato se alargaría a un año y, ¿quién sabe?, le dijo, podría quedarse con nosotros más tiempo, según cómo fueran los resultados. Le añadió, entre otras cosas, que era imprescindible vestir traje y zapatos y que eliminara el pearcing de la oreja. Carlos tomó nota de todo y se aprestó a cumplirlo. Pero, siempre hay un pero, el primer día tuvo un disgusto. Fue en la reunión de la mañana donde se establecía el plan de trabajo de la semana. Se sentó del modo más educado posible con tan mala suerte que el jefe de personal vio que entre sus zapatos color whisky y los pantalones de gris marengo de su traje se interponían unos calcetines con más colores que el arco iris. Y se lo recriminó. Le hablé ayer del código de vestimenta... Pero no de los calcetines. Por dios, es de sentido común. Perdón, no volverá a ocurrir. Y así fue. Lo que no sabe el jefe de personal es que, el empleado que dominaba cuatro idiomas y por el que pasaban más de la mitad de los contratos del exterior, en aquel día preciso se convirtió en usuario compulsivo de los calcetines de colores. Carlos, ¿hasta con sandalias los llevas?, le preguntaba su mujer una y otra vez. 
______ o ______
 

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