Hagámonos
una idea de lo ocurrido. En el suelo de una calle unas gafas y al
lado su propietario rascándose la cabeza. Por dios, dice, ¿por qué
me tiene que pasar a mí esto? No hay derecho a que se me rompan
después de lo que he pagado. La culpa es del Ayuntamiento, que no
deja sitio de paso entre la marquesina del autobús y el árbol. ¡Qué
poco piensan! La escena se enriquece con otros personaje que escuchan
al afectado y un bus que se acerca a la parada. Miren, protesta, yo
con un coscorrón y las gafas rayadas por el golpe contra el suelo,
no hay derecho, qué país... Ante el inminente desenlace que se
avecina alguien grita ¡eh! señalando al suelo. Ya es tarde, la
rueda delantera derecha del vehículo aplasta definitivamente las
gafas. Y su dueño cree enloquecer. ¡Lo que faltaba!, grita fuera de
sí, y comienza de nuevo un discurso en el que pasa por
autocompadecerse, culpar a alguien, describir el problema y, como
siempre, no pensar en el paso siguiente y necesario. Una niña allí
presente le pregunta a su madre. Mamá, ¿por qué las ha dejado
tanto tiempo en el suelo? Hija, hay mucha gente que primero se
desahoga y luego hace algo. ¿Como los políticos? Algo así, hija,
algo así, la solución es lo último.
_____ o _____
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