20 ene 2017

Reacciones

Hagámonos una idea de lo ocurrido. En el suelo de una calle unas gafas y al lado su propietario rascándose la cabeza. Por dios, dice, ¿por qué me tiene que pasar a mí esto? No hay derecho a que se me rompan después de lo que he pagado. La culpa es del Ayuntamiento, que no deja sitio de paso entre la marquesina del autobús y el árbol. ¡Qué poco piensan! La escena se enriquece con otros personaje que escuchan al afectado y un bus que se acerca a la parada. Miren, protesta, yo con un coscorrón y las gafas rayadas por el golpe contra el suelo, no hay derecho, qué país... Ante el inminente desenlace que se avecina alguien grita ¡eh! señalando al suelo. Ya es tarde, la rueda delantera derecha del vehículo aplasta definitivamente las gafas. Y su dueño cree enloquecer. ¡Lo que faltaba!, grita fuera de sí, y comienza de nuevo un discurso en el que pasa por autocompadecerse, culpar a alguien, describir el problema y, como siempre, no pensar en el paso siguiente y necesario. Una niña allí presente le pregunta a su madre. Mamá, ¿por qué las ha dejado tanto tiempo en el suelo? Hija, hay mucha gente que primero se desahoga y luego hace algo. ¿Como los políticos? Algo así, hija, algo así, la solución es lo último.
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