16 nov 2016

Elocuencia, la de antes

La decadencia de Atenas, cuentan, comenzó cuando los espartanos se hicieron con la ciudad tras vencer en la guerra del Peloponeso y unos años más tarde cuando los macedonios alcanzaron la hegemonía en la zona en el año 388 AC, tras vencer a los atenienses en la batalla de Queronea. En poco más de dos siglos, amén de otras muchas más batallas, llegaron los romanos y las tierras helénicas pasaron a formar parte del imperio. La verdad es que no quiero hablar de historias de soldados y generales, sino de Demóstenes, el más grande orador que ha dado la historia, a juicio de los entendidos. Pues resulta que las gentes de aquella época vivían de continuo en trifulcas con los vecinos, y era raro que una generación pisara aquellas tierras sin tener que calzarse casco, coraza o escudo y manejar espada, lanza, honda o jabalina. Así que Demóstenes fue un personaje necesario que tuvo que enardecer a sus conciudadanos en cada una de las citas bélicas que tocara. Pero era un realista con dos pares de narices, pues no dudaba en defender que la huida era toda una buena estrategia en los combates. Argumentaba, lisa y llanamente, que cuando una batalla estaba perdida, sólo los que habían huido podían combatir en otra. Era muy práctico él, que no era cosa de perder efectivos alegremente. Hablaremos más de este orador.
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