3 oct 2016

El desconsuelo de Yona

Mi amigo Chejov me habla de Yona, un viejo cochero que conduce un trineo arrastrado por un caballo blanco entre las calles nevadas de una ciudad rusa que ni siquiera nombra. Me cuenta que, a los pasajeros que suben a su vehículo, aparte de tratarlos con la cortesía habitual, trata se explicarles que acaba de perder un hijo, el único que tenía y el que estaba destinado a heredar su trabajo. Nadie se presta a escuchar sus penas, a lo más ponen cara de circunstancias y le apoyan con un silencio que no le vale de mucho.  Al anochecer Yona se retira a la posada de cocheros y tras un nuevo intento de búsqueda de alguien que escuche sus lamentos acaba en el establo junto a su caballo que, cuenta Chejoj, escucha a su amo y exhala un húmedo y cálido aliento. 
Y, yo me digo, ¿no le habrán llegado a Yona las innumerables palabras de consuelo que cientos de lectores le hemos dedicado? Somos los únicos que hemos estado cerca de él y le hemos apoyado y parece que no le han llegado. En fin, hablaré con Chejov para que arregle este desajuste de la literatura, que lo yo quiero es hablar con los personajes.
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