Eran
las fiestas de mi ciudad y un gentío bullicioso se desparramó por
el espacio festivo. Cientos de vendedores aprovechaban la feria para
colocar sus mercancías, entre otras cosas, el pañuelo distintivo de
la fiesta que muchos llevaban anudado en el cuello. Mis amigos se
acercaron a un mantero que tenía extendido el género en el suelo,
algunos sueltos y otros perfectamente colocados en una funda
transparente.
A mí dame ése que tienes envuelto, dijo Josu Perior,
poniendo énfasis en la frase y remarcando que no quería contagiarse
de nada. ¡Eh!, para mí el que tienes en las manos, pidió Marga
Rita, seguro que me dará más ganas de vivir, afirmó. El vendedor,
seguramente llegado del lejano Senegal, le hizo un descuento.
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