El
abuelo y el nieto decidieron acortar camino y se pusieron a remar en
la barca atracada en la orilla del río. Estaba en un remanso y
parecía un trayecto cómodo y fácil de hacer. Pero no contaban con
el agujero que había en el fondo, así que a mitad del trayecto el
abuelo empezó a ser consciente de que estaban en un problema. El
niño iba en la proa y apenas le llegaba el agua a la suela de los
zapatos. El abuelo, sin embargo, ya estaba calado hasta los tobillos
y remaba con energía desde la popa. Abuelito, le dijo, te estás
mojando. El aludido, ya con el agua hasta las rodillas, ni respondió
y redobló sus esfuerzos con los remos, no sin antes oír cómo el
niño le aconsejaba con insistencia. Ven a mi lado, abuelito, que ahí
te vas a ahogar. Finalmente llegaron a la orilla y el nieto ayudó al
abuelo a secar al sol sus zapatos, calcetines y pantalones. Y el
anciano no dio ninguna explicación, que bastante tenía con el
sofoco.
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