La
anciana vaca inició una larga perorata sobre la forma y sabor de los
tréboles de cuatro hojas que, según ella, abundaban en la pradera.
-Pues
nosotras no vemos ninguno -le replicaron las otras- ¿De verdad que
existen en los pastos?
La
anciana vaca sonrió con suficiencia, mientras se golpeaba suavemente
el lomo con el rabo y rumiaba con parsimonia a la sombra de un
árbol. Ya había conseguido lo que quería, presumir, ya que a ella
y a sus cuatro estómagos vacunos le daba lo mismo un hierba que
otra. Al fin y al cabo, ella padecía presbicia severa y se guiaba ya
del olfato para conseguir comer.
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