8 jun 2016

Explotación laboral

La gallina Turuleca trabajaba con un ritmo de producción muy exigente y sabía que, de no acercarse al nivel de resultados previsto, se podía temer lo peor: un paseillo hacia la puerta oscura de la nave de la que no volvía nunca quien la traspasaba. El objetivo que le había marcado la empresa era de seis huevos semanales, porque el patrón decía que el cuerpo de estas aves era como un reloj, cada 24-26 horas un huevo, repartidas en unas 6 horas para ovular (hacer la yema) y unas 18 horas para formar la cáscara.
En este clima laboral el alma de la Turuleca fue haciéndose cada día más proletaria y rebelde, pero no acababa de estallar. Hasta que un día hizo tanto esfuerzo en cumplir el objetivo que acabó lesionando el orificio ponedor y tuvo que detener su tarea. El primer día el patrón la perdonó, pero el segundo día se paró ante ella, le auscultó palpándole el recto sin pudor y la dejó en la jaula donde permanecía estabulada con un mohín de desprecio. Mañana a ver si sueltas lo que tienes, amenazó. Viendo la Turuleca que se podía estar acercando su fin, entendió que su supervivencia dependía de su ano, con perdón, e hizo esfuerzos supremos para alcanzar su meta semanal. Hasta que se acabó rompiendo el periné gallináceo. A mí me aprecian por mi culo, pensó, esto es pura explotación.
Y desde el interior de la jaula montó una tribuna improvisada y empezó a cacarear un discurso subversivo que pronto encrespó a todas las aves del gallinero que acabaron haciendo huelga de culos caídos, es decir, aquel día no pusieron ni un sólo huevo. El patrón, herido en su orgullo y en su bolsillo, quizás más sensible, amenazó con dar el paseíllo a todas las ponedoras rebeldes, pero se tuvo que contener, porque le resultaba del todo punto imposible reponer a todo el equipo. Así que se tragó su orgullo, afiló su instinto explotador e hizo lo que tenía que hacer. Está bien, les dijo, capto vuestra indirecta, tendréis una vida más digna y hasta podréis tener un proyecto de vida. ¿Cómo?, cacarearon todas a la vez. Introduciré algunos cambios en vuestras jaulas, a saber, un nidal con cortinilla para que hagáis vuestras puestas en la intimidad. ¡Bien! Exclamaron todas. Y también pondré un dispositivo para cortarse las uñas a discreción. En este punto el cacareo era ya ensordecedor, por lo que casi no se le oyó anunciar que aumentaría también el volumen de sus habitáculos hasta 750 cm2 por ave, colocaría aseladeros o perchas para dormir... En fin, que aquello parecía una campaña electoral, con un explotador entrado en razón. Tanto éxito tuvo que todas las ponedoras reanudaron su trabajo e hicieron una puesta espectacular, hasta la misma Turuleca, que ya había restaurado felizmente la zona del periné, depósito un huevo espléndido en el nidal.
 El patrón no dejaba de frotarse la manos. Sabía que él iba a ser el primer avicultor de la zona, y hasta del país, en cumplir la norma europea. Además llegaba a tiempo de superar la inspección que el Ministerio de Agricultura pasaba por primavera. Justo en aquel momento le sonó el teléfono, era un funcionario, que le anunció su próxima visita. Quiero comprobar si cumple la Directiva 1999/74/CE, le dijo. El patrón se quedó tranquilo y se rio para sus adentros. Fue a la jaula de Turuleca y la obsequió con un ungüento fantástico para que se reconfortara tras la cortinilla del nidal, junto al aseladero y el artilugio del cortauñas, tal como dictaba la norma comunitaria.
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