La
gallina Turuleca trabajaba con un ritmo de producción muy exigente y
sabía que, de no acercarse al nivel de resultados previsto, se podía
temer lo peor: un paseillo hacia la puerta oscura de la nave de la
que no volvía nunca quien la traspasaba. El objetivo que le había
marcado la empresa era de seis huevos semanales, porque el patrón
decía que el cuerpo de estas aves era como un reloj, cada 24-26
horas un huevo, repartidas en unas 6 horas para ovular (hacer la
yema) y unas 18 horas para formar
la cáscara.
En este clima laboral el alma de la Turuleca fue haciéndose cada día más proletaria y rebelde, pero no acababa de estallar. Hasta que un día hizo tanto esfuerzo en cumplir el objetivo que acabó lesionando el orificio ponedor y tuvo que detener su tarea. El primer día el patrón la perdonó, pero el segundo día se paró ante ella, le auscultó palpándole el recto sin pudor y la dejó en la jaula donde permanecía estabulada con un mohín de desprecio. Mañana a ver si sueltas lo que tienes, amenazó. Viendo la Turuleca que se podía estar acercando su fin, entendió que su supervivencia dependía de su ano, con perdón, e hizo esfuerzos supremos para alcanzar su meta semanal. Hasta que se acabó rompiendo el periné gallináceo. A mí me aprecian por mi culo, pensó, esto es pura explotación.
En este clima laboral el alma de la Turuleca fue haciéndose cada día más proletaria y rebelde, pero no acababa de estallar. Hasta que un día hizo tanto esfuerzo en cumplir el objetivo que acabó lesionando el orificio ponedor y tuvo que detener su tarea. El primer día el patrón la perdonó, pero el segundo día se paró ante ella, le auscultó palpándole el recto sin pudor y la dejó en la jaula donde permanecía estabulada con un mohín de desprecio. Mañana a ver si sueltas lo que tienes, amenazó. Viendo la Turuleca que se podía estar acercando su fin, entendió que su supervivencia dependía de su ano, con perdón, e hizo esfuerzos supremos para alcanzar su meta semanal. Hasta que se acabó rompiendo el periné gallináceo. A mí me aprecian por mi culo, pensó, esto es pura explotación.
Y desde
el interior de la jaula montó una tribuna improvisada y empezó a
cacarear un discurso subversivo que pronto encrespó a todas las aves
del gallinero que acabaron haciendo huelga de culos caídos, es
decir, aquel día no pusieron ni un sólo huevo. El patrón, herido
en su orgullo y en su bolsillo, quizás más sensible, amenazó con
dar el paseíllo a todas las ponedoras rebeldes, pero se tuvo que
contener, porque le resultaba del todo punto imposible reponer a todo
el equipo. Así que se tragó su orgullo, afiló su instinto
explotador e hizo lo que tenía que hacer. Está bien, les dijo,
capto vuestra indirecta, tendréis una vida más digna y hasta
podréis tener un proyecto de vida. ¿Cómo?, cacarearon todas a la
vez. Introduciré algunos cambios en vuestras jaulas, a saber, un
nidal con cortinilla para que hagáis vuestras puestas en la
intimidad. ¡Bien! Exclamaron todas. Y también pondré un
dispositivo para cortarse las uñas a discreción. En este punto el
cacareo era ya ensordecedor, por lo que casi no se le oyó anunciar
que aumentaría también el volumen de sus habitáculos hasta 750 cm2
por ave, colocaría aseladeros o perchas para dormir... En fin,
que aquello parecía una campaña electoral, con un explotador
entrado en razón. Tanto éxito tuvo que todas las ponedoras
reanudaron su trabajo e hicieron una puesta espectacular, hasta la
misma Turuleca, que ya había restaurado felizmente la zona del
periné, depósito un huevo espléndido en el nidal.
El
patrón no dejaba de frotarse la manos. Sabía que él iba a ser el
primer avicultor de la zona, y hasta del país, en cumplir la norma
europea. Además llegaba a tiempo de superar la inspección que el
Ministerio de Agricultura pasaba por primavera. Justo en aquel
momento le sonó el teléfono, era un funcionario, que le anunció su
próxima visita. Quiero comprobar si cumple la Directiva 1999/74/CE,
le dijo. El patrón se quedó tranquilo y se rio para sus adentros.
Fue a la jaula de Turuleca y la obsequió con un ungüento fantástico
para que se reconfortara tras la cortinilla del nidal, junto al
aseladero y el artilugio del cortauñas, tal como dictaba la norma
comunitaria.
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