Me
muero tranquilo, dijo el dictador. He hecho el bien todo lo que he
podido, dejo un mundo mejor y un pueblo que vive en paz, justificó
ante el confesor que le acompañaba en la hora suprema. Allí mismo
recibió la absolución del sacerdote y unas palabras de consuelo
para quien estaba llamado a disfrutar de la vida eterna.
Naturalmente
daba por hecho que los miles de enemigos que había liquidado
estarían todos en el infierno, lejos de su parcela en el cielo. Se
las prometió felices y expiró. El propio cura cerró sus ojos y
cruzó sus manos en el pecho. Parecía un ángel.
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