Llegó
de un viaje de la lejana China muy ufano y parlanchín.
-Me
he hecho un tatuaje fantástico -decía enseñando su bíceps marcado
con unos inconfundibles caracteres chinos-. Le pregunté a un
calígrafo en Bejing cómo se escribía Pedro y me acabo de tatuar
-explicaba.
Sus
amigos no se lo acababan de creer, así que trajeron a un ciudadano
de Shanghai que dominaba el mandarín. Y quedaron muy satisfechos con
la prueba.
-Aquí
pone... “pedo” -leyó el chino.
Al
citado le llegó la hora del bochorno y a los amigos la hora de las
carcajadas. Y es así como se explica el apodo que le quedó para
siempre al protagonista de esta historia.
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