Nací
rodeado de gaznápiros, cernícalos y filibusteros, no es fantasía.
Como se presume, un servidor tuvo infancia, escuela y maestros, ¿no?
Uno de ellos, que algo tuvo que ver en asentar en mí las habilidades
escolares que tan útiles me fueron posteriormente, no paraba de
estimularnos a todos los niños del aula con insultos de los más
tremebundos.
-¡Eres
un gaznápiro! ¡Cernícalo! ¡Parecéis una banda de filibusteros!
Nunca
supe el significado de tales palabras, aunque me parecían
demoledoras. Así que, sólo por el hecho de librarme de tan atroces
calificativos, me esforcé en ser buen alumno. En ello me iba la
vida.
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