11 dic 2015

El hijo del vagabundo

Un día apareció en la escuela con una botella de coca cola de 2 litros, llena de anillas de latas de refresco.
-Es que el aluminio se paga muy caro -explicó un poco crecido-, especialmente el de las anillas que son de una aleación especial.
Sus compañeros se quedaron boquiabiertos, mirando a Nolito y a su botella, convencidos de que estaban ante un millonario en ciernes. Y lo corroboró él mismo.
-Te dan 150 € por lo menos en la chatarrería de Antuan.
-Pues yo he visto a mi hermana mayor hacer con anillas pulseras, llaveros, collares, cinturones, pendientes... -comentó Rosita-. También saca mucho dinero.
-Y mi madre hace bolsos, carteras, vestidos y hasta lámparas -presumió Berto que también añadió-. Y saca mucha tela.
-Siempre menos que yo -afirmó rotundo Nolito, dando por cerrada la discusión.
El maestro se quedó hecho un mar de dudas. Se preguntaba si merecía la pena decir la verdad a Nolito o que siguiera con sus ensoñaciones. Lo dejó para el día siguiente. Y...
-Antuan, el chatarrero, no tenía dinero para pagarme -les dijo a todos.
El maestro dio un giro a la conversación, proyectando una imagen en la pizarra.
-¿Sabéis para qué sirven las anillas de las latas?
-Para abrir -contestaron unos cuantos.
-Y para beber con una pajita -les explicó-. Para eso se diseñó. Se gira 180º después de abrir y se introduce la pajita por el agujero. Así queda sujeta y no chupamos con los labios la porquería que hay en el envase.
-¡Ah! -exclamaron casi todos.
Nolito, no hacía caso, él seguía enfadado con las anillas, con el maestro y con Antuan, que apenas le había ofrecido 0'40€/kg por su tesoro.
-Es puto aluminio, chaval -le había dicho.
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