Se
asomó tanto al balcón de su casa que al final perdió el equilibrio
y cayó de frente, al vacío, sin encontrar ningún asidero que
evitara la fatal caída.
Confundido por la certeza de llegar al final
de sus días, tuvo tiempo durante el descenso vertiginoso de pensar
con serenidad en la fugacidad de la vida y, para su deleite, revivió
en su mente el
drama del desencantado
de Gabriel García Márquez, hasta el punto que llegó a coincidir el
final del relato del gran escritor con el estrépito final del
impacto contra el suelo. Fue todo un tránsito feliz.
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