Estaba
harto de que las luces de su casa se encendieran automáticamente
cada vez que cruzaba un pasillo o entraba a una estancia.
-No
paso ya desapercibido ni para la compañía eléctrica -se dijo con
fastidio indisimulado, mientras veía cómo se apagaban las luces al
alejarse del lugar.
Poco
duró su frustración. Ayudado por su hermano menor, estudiante de no
se sabe qué nuevo grado tecnológico imposible de recordar, cambió por
completo la situación.
-¡Guapo!
¡Fenómeno! ¡Campeón! ¡Te adoro! ¡Genio! ¡Te quiero! -y otras
exclamaciones más que él programaba en abundancia y al azar, iban
sonando a su paso, eso sí, al tiempo que los luces se encendían y
apagaban como correspondía
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