7 oct 2015

De Víctor Hugo

En el campo de batalla de Waterloo, Thenardier se arrastraba entre cadáveres hurgando sin escrúpulos en los bolsillos para apropiarse de las pertenencias de los caídos. Bajo un montón de cuerpos vio una mano que se movía y vio un hermoso anillo en el dedo. Le costó librar el cuerpo del herido al que quitó de encima todo lo que llevaba. Convencido de que su víctima estaba en las últimas no dudó en decirle su nombre.
-Gracias, sargento Thenardier por salvarme -le contestó el moribundo coronel Pontmercy.
El expoliador de cadáveres inmediatamente desertó y sin uniforme ni galones se pasó a la vida civil, donde consiguió llevar una vida miserable muy acorde con la altura de miras de su espíritu. Mas quiso la fortuna que el coronel herido tuviera tiempo de dictar un testamento en el que quiso premiar a su pretendido salvador y pasó el encargo a su hijo.
Éste, desconocedor de los hechos reales, cumplió su voluntad localizando al felón y entregándole una importante suma de dinero.
Mas fue tanto el desasosiego que le produjo al escritor tamaña historia que trató de dejar las cosas en su sitio con un final justo donde el Thenardier cobrara su merecido. No en vano don Víctor Hugo habla de miserables. Yo mismo, durante la lectura, acompañé al autor en su angustia por no dejar sin castigo al poco edificante Thenardier.
_____ o _____