19 oct 2015

En época on line

Llevaba mucho tiempo sin recibir una carta en el buzón de correos de mi casa, tanto que el día que vi un sobre blanco en el interior convoqué una fiesta entre mis vecinos. Quería compartir con ellos aquella alegría y saqué una botella de champagne en copas de postín. La carta era de mi anciano tío, misionero en una aldea perdida en un afluente del Amazonas, que me mandaba abrazos, me pedía ayuda para su poblado indígena y me aseguraba que el Señor estaría conmigo guiando mis pasos en este mundo. Los vecinos me felicitaron por tener tan importantes amigos e iniciaron una colecta que debió dejar muy reconfortado a mi tío y que a mí me dejó mejor preparado para el día del juicio final. Fue un gran día.
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