Ponía
tanto empeño en defender su buen nombre y agrandar su, así lo creía
él, bien merecida fama ante quien fuera, que al final de sus días
consiguió rotar el cuello 270º, como el del búho, para que no
hubiera quien dudara de sus méritos a sus espaldas y no se fuera sin
la réplica debida. Era un dios demasiado terrenal.
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