Observó
una a una cada una de las camisetas apiladas en las baldas, todas
limpias y bien dobladas.
-A ver
hoy -pensó- qué me puedo poner.
Era
martes, un día sin especial encanto, el sol se resistía a salir y
todo amenazaba lluvia. Y optó por una de color claro y un mensaje
alentador: Busco amigos.
Así que salió a la calle con un eslogan en el torso que prometía
mejores momentos.
Al poco se le acercó un individuo que le hizo
sentir el frío del metal en un riñón.
-Dame lo
que tienes -le exigió-. Todo lo que te abulta en los bolsillos del
pantalón.
Allí
mismo se quedó sin móvil, ni cartera, ni consuelo. Porque, en
efecto había encontrado un amigo, para su desgracia, un amigo de lo
ajeno.
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