La
procesión avanzaba lentamente por la calle, al ritmo de tambores y
timbales. Los curiosos se detenían en la aceras y admiraban el orden
y la música estridente que surgían de los instrumentos de viento.
Algunos reflexionaban sobre las creencias, otros sobre el folcklore,
y los más no pensaban en nada trascendente.
-La
vida hay que tomársela como un puro espectáculo -comentó un viejo
conocido, el abuelo Simón, que observaba las escena sin dejar
de enredar en su teléfono móvil.
-¿Grabas
esta extraordinaria música de cornetas?- ironizó su inseparable
amigo Machuca.
-Peor
-contestó- mostrándole la pantalla en la que se veía un emoticón
rojo de ira taponándose los oídos-. Son 84'5 decibelios, lo dice
“Noise Moderator”.
-Vámonos, que nos quedamos definitivamente sordos...
Se
alejaron de la procesión buscando un poco de paz y mantuvieron un
silencio que rompió el abuelo Simón, dibujando en su cara una
sonrisa socarrona.
-¿Te
has fijado qué nombre ponía en el pendón que presidía al grupo?.
-¿?
-Cofradía
de las Siete Palabras y del Silencio -dijo, soltando una carcajada-.
Justo presumen de lo que no hacen.
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