Hubo
disturbios en la ciudad. Una multitud de jóvenes airados se enfrentó
a la policía que no dudó en atizar de lo lindo a todo el que no se
alejara del lugar. A consecuencia de ello murió una joven. La
consternación fue general y el duelo inmenso. Al año, sin cerrar
aún las heridas, se abrió el juicio para delimitar
responsabilidades y buscar culpables. Comparecieron varios policías
como inculpados. Una testigo que presenció los hechos desde su
ventana, una anciana de manos rugosas y carácter recio, relató lo
sucedido ante sus ojos y mostró los métodos poco ortodoxos de los
agentes de seguridad.
-Pero
usted es vecina del agente nº 91 que resultó herido en el
enfrentamiento -señaló el fiscal del juicio.
-Sí,
¿le ha contado por qué resultó herido en la cabeza? -preguntó la
anciana.
-Las
preguntas las hago yo -le advirtió el funcionario judicial que
añadió-. Fue herido por un manifestante.
La
anciana sonrió conprensivamente al agente que se encontraba entre
los acusados con serias posibilidades de quedar imputado.
-Algo
haría -dejó caer la anciana que, con toda la parsimonia del mundo y
con ayuda de un funcionario, abandonó el estrado y se retiró sin
más. Mientras, el policía aludido, temeroso de recibir una fuerte
pena por la brutalidad empleada el día de los hechos, no podía
olvidar el momento en el que se cruzó con la anciana en la escalera
aquella noche y el tremendo bastonazo que inesperadamente recibió en
la cabeza.
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