Roberto Ruiz |
Esta
es la historia de un gato que caminaba por un alto muro a salvo de
los perros del lugar y que se percató de que su sombra creaba un
monstruo tenebroso en la pared en la que descargaba su fuerza el sol.
Así mismo descubrió que un solo movimiento de su cola u orejas
producía una repentina desconfianza en cuantos deambulaban junto a
la pared. Así que decidió utilizar su poder para hacer justicia con
sus enemigos recalcitrantes. En poco tiempo, con solo erizar su lomo,
puso al galope a tres canes, dos gatos invasores e, incluso, una
bandada de cuervos carroñeros. Así que se animó y esperó al perro
mandamás, uno que le hacia sufrir duro todos los días y noches.
Cuando pasó por el lugar, agitó su cola, mostró sus dientes, erizó
su tupida piel y consiguió dar un susto de muerte al can que, por
instinto se puso a correr con el rabo entre las patas. Esto le
produjo tal placer al minino que emitió un maullido victorioso que
le traicionó, pues si bien los primeros gestos surtieron efecto en
el sabueso, esto último puso al perro sobre la pista del asunto e
hizo que cambiaran las tornas.
Al
día de hoy, y ha pasado ya un tiempo, un gato famélico sigue
encaramado en el muro sin
atreverse a descender al suelo y un perro ofuscado merodea implacable
por la zona.
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