-Te confieso un secreto -se sinceraba un colega que llevaba en prisión 8 años y aún debía rendir unos años más de condena-. Yo mismo quise ser policía, creo que valgo para eso.
-Pues yo -replicaba un compañero, manco por más señas de ambas manos- puedo llegar a ser un buen torero.
-Y yo -añadía un tercero, condenado por asesinar y descuartizar a sus víctimas- creo que valgo para ser un gran cirujano.
-Calléisos tos -contaba un cuarto reo acusado de quemar librerías-, que en to er mundo naide escribiría mejor que el mua.
El educador sintió un escalofrío de orgullo recorriéndole la espina dorsal. Estaba consiguiendo su objetivo de reinsertar a aquellas gentes. Por lo menos ya se habían atrevido a trepar por el primer peldaño de la redención: creer en ellos mismos.
-Pues yo -dijo un hombretón detenido por reiterados delitos contra la propiedad con resultado de lesiones en numerosas ocasiones-. Yo, cuando salga del trullo voy a ser ladrón de guante blanco, que eso de atracar viejas no es para mí. Para eso me estoy preparando aquí con “El Dandy”..
Esta vez el educador sintió un vértigo especial. De nuevo comenzó a dudar de su capacitación para aquel trabajo. Y lo acabó de rematar el manco.
-Yo intentaré probar como ladrón de bancos -y sonrió-. Nunca encontrarán las huellas dactilares...
El educador bebió un largo trago de agua, cerró los ojos para respirar hondo y reunió energías para pasar al siguiente ejercicio. Y sintió un intenso ataque de ansiedad al ver su título: “Seguridad en uno mismo, clave de éxito”.
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