21 may 2014

Inquietudes medievales

El molinero miró el agua almacenada en el azud, observó el cielo sin ver una triste nube y decidió gastar todo el líquido acumulado en la molienda del día. A saber qué pasaría en los próximos fechas si no llovía, pensó preocupado.
Su mujer miró compasivamente el corral y eligió una de las gallinas para el sacrificio. Tenían que comer y era necesario dar aquel doloroso paso que les hacía a todos más pobres.
La abuela de la casa dubitó un buen rato sobre cuál de las berzas tendría que arrancar para hacer la sopa que alimentaría a la familia durante toda semana. Quedaban ya pocas y el invierno había dejado la despensa muy mermada.
El señor feudal, que oteaba sus posesiones y a sus súbditos desde una loma, tenía cavilaciones de otra índole. Quizás el hijo de molinero será un buen soldado, pensaba, que tengo que reponer las 5 bajas sufridas en mi tropa durante el invierno. Y ¿la hija? Apunta formas bonitas y prometedoras y podrá “servirme” en el castillo, se dijo. Tendré que subir las gabelas al molino, porque veo que labor no le falta y necesito fondos para cumplir con mi guarnición. Giró la grupa de su caballo y galopó hacia su mansión, satisfecho de solo pensar que tierras, hombres y bestias eran pura posesión de los más fuertes.
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