Vida de perros
La instalación no dejaba de ser una gran jaula espaciosa donde los canes encontraban cobijo y una cierta libertad de movimientos. El dueño acudía diariamente a darles alimento y jugaba con ellos amistosamente. Sin embargo, los visitantes éramos recibidos con sonoros ladridos y una agresividad que no pasaba a mayores gracias a la sólida alambrada que rodeaba la instalación.
-¿Estos perros no estarían mejor sueltos y paseando por el campo? -comentó el paseante que, curioso, observaba la escena.
-¿En una casa con personas? -preguntó el cuidador.
-Sí, como otros muchos.
El dueño de los perros miró fijamente al curioso y dejó caer una frase contundente.
-No hay que dar a un perro vida humana, ni a un humano vida de perro -y añadió-. Cada uno en su sitio está bien.
El intruso calló, los perros siguieron moviendo la cola y comiendo con avidez y aquel filósofo cuidador de canes nos despidió con una sonrisa.
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