Orgullo de creyente

Dicen que hubo un papa, quizás un obispo, y en todo caso un preboste de la iglesia, que mil veces repitió a sus fieles que su

dios era misericordioso y se apiadaba de los pecadores arrepentidos. Otras mil más amenazó con castigos para toda la eternidad a quienes no respetaran la ley de su dios, ser supremo en el que residía el principio de justicia universal.
Y no dudó en dictar sentencias terribles de pena de muerte, ya fuera en la hoguera, en el cadalso, en la horca, en el potro de tortura... a quien él señalaba con el dedo.
En realidad, él era el dios.

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