-Hecho, allí estaré.
-Bueno, por si acaso me llamas, que ya sabes, me enfrasco en el trabajo y se me puede olvidar. La culpa es de un alemán que me lía mucho...
-No te preocupes. Te llamo.
Al día siguiente los amigos pudieron encontrarse en la Marina, pero no sin antes comprobar que el virus del amigo alemán causaba estragos. A la hora convenida uno de ellos llamó por teléfono, tal como habían previsto. Una voz extraña sonó al otro lado.
Afortunadamente aquel día sí funcionó la memoria. Pero se consolaron mutuamente. -Estamos en una edad muy mala...
-Y no se libra ni dios...
-Y que lo digas...
-¿De qué estábamos hablando?
-No sé, tú dirás...
-¿De qué estábamos hablando?
-No sé, tú dirás...
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