La pareja discutía sin pudor. Era tanta su excitación que no guardaban las formas y se atizaban sin miramientos. Las personas de alrededor, aunque amigos, no dejaban de pasar vergüenza ajena y no acertaban a cortar el incidente de ningún modo. Tenía la palabra, digo la voz, el hombre.
-Eres una caguanga.
-¿Qué has dicho?
-Caguanga.
-Pues tú un caguango.
Todos los presentes se miraron, expectantes por el nuevo rumbo que podría tomar el asunto tras el silencio tenso que reinaba. Y quedó roto con una carcajada que iniciaron los contendientes, que todos siguieron y que dio paso a un largo periodo de tregua.
-¿Qué es caguanga? -preguntaron los amigos.
-No sé, me lo he inventado ahora mismo.
Y desde entonces quedó el término para designar a las personas que se enfrascaban en discusiones tontas.
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