29 ene 2014

La pistola de San Telmo

Entre las muchas ofertas de interés que encuentra el viajero hay una en la que decide aprovechar la oportunidad.
-Señor, esto es piel de capibara -explica el artesano-. Está perfectamente trabajada y usted se llevá un cinturón bárbaro.
-¿Me podría poner esta hebilla? -le propuse señalando con el dedo una de mi gusto.
-Al momento, señor.
Y ante mis ojos atónitos completó la operación casi al mismo tiempo que acababa de pronunciar la frase. Me lo probé seguido y verifiqué que tenía los agujeros adecuados para el perímetro de mi abdomen, no sin antes oir una ligera crítica de mi acompañante sobre mi tendencia a ampliar mi radio de acción en este mundo mortal.
Pero el artesano especializado en el curtido de piel de capibaras quiso ayudar un poco más al turista.
-Tenés que probar sin la pistola, señor.
Me quedé sorprendido.
-¿Cómo?
Antes de acabar la frase tuve que sonreír.
-Quédese tranquilo, es la funda de mi cámara de fotos que llevo prendida a mi viejo cinturón.
Ni se sonrió siquiera el porteño aquél. Yo creo que me estaba vacilando, por turista y por gallego. Pagué a gusto y me fui silvando por la calle Defensa escabulléndome con un dribling, estilo Messi, de una tanguista que me perseguía para robarme una foto. Quedé ligeramente resarcido en mi amor propio.

                NOTA: Este relato se incluye en Viaje austral de Juan Badaya de próxima publicación. 
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