Entre
las muchas ofertas de interés que encuentra el viajero hay una en la
que decide aprovechar la oportunidad.
-Señor,
esto es piel de capibara -explica el artesano-. Está perfectamente
trabajada y usted se llevá un cinturón bárbaro.
-¿Me
podría poner esta hebilla? -le propuse señalando con el dedo una de
mi gusto.
-Al
momento, señor.
Y
ante mis ojos atónitos completó la operación casi al mismo tiempo
que acababa de pronunciar la frase. Me lo probé seguido y verifiqué
que tenía los agujeros adecuados para el perímetro de mi abdomen,
no sin antes oir una ligera crítica de mi acompañante sobre mi
tendencia a ampliar mi radio de acción en este mundo mortal.
Pero
el artesano especializado en el curtido de piel de capibaras quiso
ayudar un poco más al turista.
-Tenés
que probar sin la pistola, señor.
Me
quedé sorprendido.
-¿Cómo?
Antes
de acabar la frase tuve que sonreír.
-Quédese
tranquilo, es la funda de mi cámara de fotos que llevo prendida a mi
viejo cinturón.
Ni
se sonrió siquiera el porteño aquél. Yo creo que me estaba
vacilando, por turista y por gallego. Pagué a gusto y me fui
silvando por la calle Defensa escabulléndome con un dribling, estilo
Messi, de una tanguista que me perseguía para robarme una foto.
Quedé ligeramente resarcido en mi amor propio.NOTA: Este relato se incluye en Viaje austral de Juan Badaya de próxima publicación.
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