-Cuente, cuente por favor su experiencia, su opinión sobre las nuevas tecnologías, Internet y sus numerosas aplicaciones. ¿Qué piensan de los jovencitos que están materialmente colgados todo el día de un teclado? Llame al teléfono 9...
Pronto aparecen dos visiones encontradas, la de quienes aborrecen tanto artilugio a su alrededor y la de los firmes partidarios de vivir abrazados, eso sí, con los dedos, al mundo virtual. El programa gana en intensidad cuando entra un abuelo en antena y muestra su opinión con desparpajo.
-El mundo de Internet es de cobardes. No deja que nos veamos cara a cara. Todo el mundo se esconde en él.
El locutor entrevé un filón por el que profundizar y le invita a poner ejemplos.
-Mire, en mis tiempos si quería llamar a la novia por teléfono, me arriesgaba a que descolgara el auricular su padre. Eso sí que era valentía, y no ahora que con el WhatsApp ese nadie da la cara ante los viejos.
Y al fondo de la conversación se oye una voz femenina que también quiere aportar algo al tema. Eso sí, con mucho genio.
-Y yo tenía que estar 30 minutos hablando con este fresco en el pasillo mientras el padre, la madre, la abuela y mi hermanito ponían la oreja...
El locutor se entusiasma con el giro que toma la conversación y azuza un poco.
-Explíquese, por favor, que las nuevas generaciones no conocen esas circunstancias...
Nadie responde al otro lado, más bien parece que hay ruido entre dos personas disputándose el aparato telefónico. El frustrado locutor, aduciendo problemas de sonido, da por finalizado el diálogo, preguntando amablemente por el nombre de su interlocutor. Finalmente una voz ahogada responde.
-Soy el abuelo Simón. ¿No me conoce?
Efectivamente, es un asiduo, simpático y polémico oyente.
-Y, sintiéndolo mucho, con un “gracias y hasta el próximo lunes”, entra sin más la sintonía del programa.
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