17 dic 2013

120 segundos

Tristán Risueño del Todo disfrutaba de un presente próspero y un futuro mejor. Siempre había sido un hombre previsor y se podía decir que era una persona envidiable, pues su vida afectiva y material distaba de las inseguridades e incertidumbres en las que se veían envueltos muchos de los que le rodeaban. Era un hombre de éxito.
Pero en su interior anidaba un temor que le comía las entrañas. Quería una muerte voluntaria, controlada y decidida por él mismo porque presentía que iba a morir de manera ominosa, algo que le quebraba el ánimo y le oprimía el corazón. Así que, para que su vida no tuviera un mal final, ni dependiera del azar, tomó la decisión de suicidarse. Sopesó las diferentes maneras de hacerlo y hasta el calendario, porque no era cuestión de adelantarse al destino.
Cuando ya tenía decidido el momento y la forma, dispuso las cosas a su conveniencia y procedió a culminar su suerte, con tan mala fortuna que 5 minutos antes de consumarla le llegó la noticia de que había sido nombrado presidente de la asociación Pro-Vida y, por aquello de no defraudar, no tuvo más remedio que mantener el tipo y posponer su decisión postrera.
Pasado un tiempo considerable y cesado en el cargo, retomó sus negros pensamientos y dio el paso tanto tiempo esperado. A 4 minutos de ejecutar su acción le llegaron noticias de que le había tocado la lotería, en una cantidad que hacía posible cumplir todos los sueños propios y muchos ajenos. De nuevo, por razones obvias, pospuso el suicidio.
Transcurrido un tiempo más que considerable, ya nonagenario, la cabeza de Tristán Risueño del Todo volvió a llenarse de negras predicciones y peores decisiones. En el modo y manera que había decidido abandonar este mundo cuando aún era un cincuentón, retomó la vieja determinación. Y justo 3 minutos antes de ejecutarla le llegó la noticia de que había sido nombrado el hombre más anciano de la localidad, nombramiento este que por consideración y respeto, frustró otra vez más su deseo de abandonar este mundo.
De este modo y por educación, aguantó otra temporada. No mucho, por cierto, porque con el tiempo se sintió olvidado por sus paisanos y fue fácil dar el paso definitivo. Cuando el ya centenario Tristán Risueño del Todo tenía el momento y escenario dispuestos, en la soledad del salón de su casa, y con todos los medios y remedios para abandonar este mundo cruel, justamente 2 minutos antes del momento crucial... se le pareció una señora encapuchada, envuelta en una sábana blanca y con un guadaña al hombro que le miró a los ojos con determinación y le invitó a seguirla.
Tristán Risueño del Todo, el hombre que tanto tiempo había deseado la muerte, el que deseaba morir desde hacía media vida, por puro instinto y convicción, hizo una simple demanda.
-Espere 120 segundos, por favor.
Al poco se desplomó la casa con él en su interior.
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