10 nov 2013

Sobre el ego

Era un hombre que presumía incansablemente de estar bien informado y al tanto de cualquier tema. Hasta la impertinencia. De vez en cuando se llevaba algún escarmiento. Veamos. Hallábase a la sazón visitando el imponente museo Guggenheim de Bilbao cuando observó a un grupo de turistas contemplando con atención los retorcidas planchas de titanio y la ingravidez de sus paredes. No lo dudó y se acercó ufano a dar las explicaciones oportunas, indudablemente valiosas y pertinentes según su parecer. Un anciano de ojos vivos y semblante risueño le prestó atención de inmediato, seducido sobre la interpretación que daba sobre el proyecto de Frank Ghery, el creador del impresionate edificio. Así se enteró de que el arquitecto quiso plasmar en el edificio el espíritu de un barco encallado en un viejo puerto, cubierto con escamas de titanio en el más puro estilo del deconstructivismo y bla, bla, bla.
Ninguna de las preguntas que se le hicieron quedaron sin respuesta, todas ellas dadas con una convicción insultante y sin dejar un resquicio de duda sobre sus prolijas explicaciones. Cuando la sonrisa comprensiva apareció en la cara del anciano, dio por concluida su espontánea clase magistral dando la mano a todos los presentes. Estos le despidieron con aplausos y condescendencia. Menos el último de ellos. Cuando el grupo ya se hallaba lejos, se le acercó con discreción y le dejó una tarjeta en la mano.
-No olvide con quién ha estado usted hablando.
Clavó los ojos en la diminuta tarjeta y leyó sorprendido: Frank Ghery. Gehry Partners LLP. Los Ángeles.
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