2 oct 2013

Exquisito veneno

Dos caracoles apesadumbrados por las fatigas que les ocasionaba la vida salieron una noche a disfrutar con desenfreno.
-Hay que beber para olvidar -decía el uno.
-¡Que la vida es corta, amigo! -le argumentaba el otro.
Tomaron una vía rápida, lisa y húmeda, para llegar cuanto antes al lechugal más cercano que, ¡oh casualidad!, era el del abuelo Simón, un buen hortelano caracterizado por el respeto a la vida animal inocua y de muy mal genio para la fauna que mermaba sus hortalizas. 
-Es de noche, estará durmiendo -dijo el uno.
-Ya le oigo roncar, tranquilo -dijo el otro.
Se acercaron con sigilo y se apostaron junto a un canal construido en el perímetro de la huerta en el que reposaba un líquido brillante y espumoso que ellos sorbieron lenta y plácidamente, alternando con suspiros de placer. Al poco volvieron las grupas y rehicieron el camino a la inversa con más eses que si les hubiera guiado una culebra.
-Cada vez nos pone cerveza de mejor calidad -decía el uno con las antenas ya fláccidas.
-Es que el abuelo Simón es un benefactor de la fauna –contestaba el otro que iba tanteando con la única antena medio enhiesta que le quedaba el rastro del compañero.
-Me encantan, ¡glup!, las trampas para caracoles -decía el uno.
-El abuelo Simón es un hombre, ¡glup!, adelantado para sus tiempos -replicaba el otro.
-Pero nosotros no somos menos, ¡glup! -se explicaba el uno- que sabemos beber en su justa medida.
-Te estás poniendo negro -le dijo sorprendido el otro al uno.
-¡Joder!, ¡glup! Ya nos ha vuelto a poner cerveza negra -contestó el uno antes de quedarse dormido debajo de una hoja gigante de calabaza.
Su amigo solidario se acostó a su lado, bien pegadito a su cascarón, para darse calor mutuamente y hacer así mejor la digestión del exquisito veneno que les preparaba su benefactor.
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