9 sept 2013

Mi espejo miente

Me pidieron en una ocasión que me auto-definiera con una ristra de adjetivos. Así que dije que yo era respetable, honrado, inteligente, trabajador, simpático, inteligente y apreciado por todos. Añadí que también tímido, un poco despistado, caótico y algo perezoso. El entrevistador intuyó que aquello no era cierto del todo y preguntó en mi entorno. Y todos dieron opiniones diferentes, según los casos. A mi madre le hubiera gustado que fuera más formal, a mi abuela menos mujeriego, a mi padre más decidido y ahorrador, a mi hermana menos egoísta y hermético, a mi hermano menor más generoso, a mi entrenador de fútbol menos individualista, a mi mujer más cariñoso y comunicativo, a mis compañeros de trabajo menos egoísta y más solidario, a... Si se celebrara una encuesta entre todos los opinantes, el hombre respetable, honrado, inteligente, trabajador, simpático, inteligente y apreciado, que en mi modesta y sincera opinión soy yo, pasaría a ser considerado un individuo normal a secas, con virtudes y defectos. Una mezcla que a algunos les hace quererme y a otros les mantiene indiferentes. 
-Ni el homo heidelbergensis fue quien creía ser -me explicó finalmente el entrevistador, que algo de filósofo debía tener-. Para ti y para mí fue lo que dicen exactamente los arqueólogos.
                         _____ 0 _____


No hay comentarios:

Publicar un comentario