27 jul 2013

Fundidas en un abrazo

Laura se asomó a la ventana del hotel y contempló la magnífica vista del puerto que se ofrecía ante sus ojos. Su vis artística hizo que se armara de lápiz y papel y plasmara al carboncillo la geometría perfecta del muelle y los embarcaderos, las casas del puerto y las titubeantes aguas agitadas por las barquitas que lo cruzaban. Era una plácida escena, incluso anodina, que bien merecía una más atenta observación y reflejo en el papel. Y despertó su instinto narrativo...Así fue como Laura se percató de la tensión que se desataba entre los personajes que poblaban el escenario:
Mientras que lejos, un esforzado pescador regresaba remando al puerto con las escasas capturas de la jornada, sobre el muelle una pareja escenificaba sus desavenencias sin miramientos. Él se alejaba con furor y determinación, mascullando maldiciones y juramentos irreproducibles, y ella se refugiaba llorando en brazos del mar en busca de silencio, comprensión y apoyo. 
Laura no tuvo que declarar aquel día como testigo ante la policía, ni mucho menos. Bajó directamente al puerto, buscó a la dama y le regaló su cuadro.
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