7 jun 2013

Palabras que se llevó el viento


El pensamiento le brotó con la fuerza de un relámpago. Allí estaba ella, detrás de su marido concentrado en el abismo que se abría bajo sus pies. Podría liberarse para siempre de tanto maltrato, bastaba un empujón y aquel bastardo ocuparía apenas un renglón en el capítulo de suicidios de la memoria anual de la fiscalía. Le hirvió la sangre con tal furor que no dudó en empujar a su verdugo hacia las profundidades. 
Éste reaccionó sorprendido, giró en el aire y lanzó una mirada acusadora mientras gritaba con odio infinito ¡Asesinaaaa! El grito, largo y desgarrado, fue perdiendo fuerza en el abismo, pero no claridad para los presentes, pues el eco repitió machaconamente cada sílaba, como si fuera un juez dictando la sentencia definitiva.
Ella palideció, se vio perdida y delatada para siempre cuando el público se acercó expectante e incrédulo, sintió que se adentraba en una vorágine de policías, jueces, cárcel, pero erró. La dificultad de los circundantes para entender otro idioma que no fuera el propio la salvó de un testimonio terrible. Definitivamente su marido se acababa de suicidar.
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