Erase una vez un señor náufrago, de nombre Robinson Crusoe, que salió de su escondite en la playa disparando salvas de pólvora para ahuyentar a los caníbales que querían convertir en mojama al bueno de Viernes. Evitó una injusticia.
Erase la misma vez y al mismo tiempo, que unos fieros miembros del clan caníbal traían un preso en la canoa, un reo probablemente, que pensaban ajusticiar y zamparse cumpliendo sus leyes conforme a lo previsto en su tribu. No pudieron llevar a cabo la sentencia.
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