Todos
acudieron a la fiesta con sus mejores galas. Los hombres en formatos
sobrios y trillados, según el cómodo estándar de traje, corbata,
camisa sin estridencias y zapatos negros. Las mujeres, sin embargo,
dedicaron horas de zozobra y cavilaciones a decidir la vestimenta,
los avalorios, los maquillajes, perifollos, todo.
Durante
la celebración los ojos femeninos funcionaron como escáneres
poderosos que analizaban implacablemente a sus colegas, evaluando sus
figuras con severidad y cicatería.
Los
hombres, mientras tanto, más que dedicarse a observar a la mujer del
vecino, disfrutaban mirando descaradamente el culo de las camareras.
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