11 abr 2013

Viaje interminable de Juan Badaya


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De niño me bastaron los pies para llegar a la escuela. Cuando me tocó el internado y olí los aires de la cultura, me convertí en caballero, eso sí, de bajo rango, pues con maleta y todo cabalgué en un pollino para envidia de los menos y mofa de los más. Pasados los años, y para alcanzar el debido renombre, amplié mis horizontes y tuve que moverme motorizado, de aquí para allá, hasta consolidar un porvenir con la tiza. Y llegaron los interminables años de docencia y los desplazamientos en transporte propio: Años felices, años grandes en los que enseñantes y enseñados nos mirábamos con ojos limpios. Hubo otra etapa valiente en la que hasta el avión se convirtió en transporte, pero pasadas aquellas ínfulas, me tocó remar en trainera, ya se sabe, todos en las tostas, 13 remeros y un patrón, con cartas de navegación oscuras y timonel dubitativo en cada singladura. Pero, teniendo claro el horizonte, cubrí etapas impagables con la marinería. 
Y puestos aquí y en el ahora, sólo digo que desde ahora navegaré ya en globo, observando lo que ocurre en tierra y mirando al cielo de soslayo, que es el lugar en el que, modestia aparte, me corresponde vivir.
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