Viaje interminable de Juan Badaya
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De
niño me bastaron los pies para llegar a la escuela. Cuando me tocó
el internado y olí los aires de la cultura, me convertí en
caballero, eso sí, de bajo rango, pues con maleta y todo cabalgué
en un pollino para envidia de los menos y mofa de los más. Pasados
los años, y para alcanzar el debido renombre, amplié mis horizontes
y tuve que moverme motorizado, de aquí para allá, hasta consolidar
un porvenir con la tiza. Y llegaron los interminables años de
docencia y los desplazamientos en transporte propio: Años felices,
años grandes en los que enseñantes y enseñados nos mirábamos con
ojos limpios. Hubo otra etapa valiente en la que hasta el avión se
convirtió en transporte, pero pasadas aquellas ínfulas, me tocó
remar en trainera, ya se sabe, todos en las tostas, 13 remeros y un patrón, con cartas de navegación oscuras y timonel dubitativo en
cada singladura. Pero, teniendo claro el horizonte, cubrí etapas
impagables con la marinería.
Y puestos aquí y en el ahora, sólo
digo que desde ahora navegaré ya en globo, observando lo que ocurre en tierra y
mirando al cielo de soslayo, que es el lugar en el que, modestia
aparte, me corresponde vivir.
_____ o _____
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